Cuando apareció el sistema digital, Pili fue aprendiendo las nuevas fórmulas y trabajando con entusiasmo mientras yo me lamentaba añorando el celuloide. En esta carrera hacia la modernidad, Pili me ha tomado una gran ventaja y nuestros caminos se han separado por cuestiones de trabajo. Ahora extraño lo que más nos unía: un sentido del humor muy especial, de juegos de palabras y retrueques, que otorgaba a nuestros días de rodaje un escenario amable y relajado a pesar de las dificultades del rodaje.
No era un amigo con quien me sentaba en un café a charlar; él no iba a mi casa, ni yo a la suya. Donde coincidíamos siempre era en un ambiente de cine, sea en las oficinas de la calle Independencia de Inca Films – donde lo conocí –, o en alguna filmación. La primera fue Muerte al amanecer, película en la cual Pili era asistente de dirección de Pancho Lombardi, y yo asistente de cámara. Luego recuerdo el largometraje Cuentos Inmorales, él director de fotografía y yo camarógrafo, y por supuesto su colaboración en mi corto Una novia en Nueva York. Recuerdo su profesionalismo, su manera de rascarse la cabellera cuando estaba preocupado, su obsesión por la fotografía justa, perfecta.
Conocer de luminotécnica, de cámaras y accesorios, y a la vez tener alma de artista es lo que se exige en esta profesión, y Pili tiene todas esas cualidades. Sé que ha trabajado en infinidad de producciones para el cine y la televisión, que es un gran artista, pero sobre todo sigue siendo un gran amigo.
Gianfranco Annichini