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Homenaje a Ana María Teruel

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El Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú ha llegado a ser un privilegiado lugar de encuentro de todos los amantes del pensamiento y de las artes en la capital. Ahí convergen desde hace muchos años las más variadas propuestas culturales: conversatorios, obras de teatro, ciclos de cine, cursos de apreciación y de creación artística, todo ello vinculado a un ideal, el de la formación humana y humanista puesta al servicio de la sociedad. Ese ideal es compartido por todos quienes animan y sostienen el trabajo del Centro Cultural, pero me atrevo a decir que en pocas personas ha encarnado tan honda y sentidamente como en Ana María Teruel Teruel, quien ahora ha cesado su presencia laboral en este espacio, pero dejando entre nosotros el sello de su personalidad, su compromiso y su pasión.

Me une a Anita Teruel una memoria compartida, la de los años vividos en las aulas de la Facultad de Derecho, así como décadas de estrecha amistad y aprecio personal. Me alegra doblemente, por ello, poder decir que ella ha sido una pieza fundamental en el desarrollo y crecimiento del Centro Cultural, y que ha destacado especialmente en él cultivando y compartiendo, profesionalmente como coordinadora, su pasión por el cine.

Argentina de nacimiento, hija de padres españoles y profundamente peruana por adopción, abogada y maestra de jóvenes en Historia y Geografía, Ana María fue, lo es todavía, mujer de teatro y, en esa condición, ha vivido una etapa especialmente intensa y creativa de nuestra escena dramatúrgica. En efecto, desde su ingreso en los 60 al Teatro de la Universidad Católica, formó parte del Grupo de Estudiantes de  esa Escuela y compartió escenario con Violeta Cáceres, Silvia de Ferrari y fue dirigida por Ricardo Blume, Salvatore Munda, Pablo Fernández  entre otras personas destacadas del mundo de las tablas.

Mujer de múltiples inquietudes, talentos y saberes, Anita se ha desempeñado también como jurista. Al terminar sus estudios de Derecho en nuestra Universidad realizó sus prácticas profesionales en el Estudio del Maestro José León Barandiarán:  quizás el más prestigioso estudio de abogados en la Lima de entonces. Esa experiencia primera que la vinculaba al ejercicio del Derecho para así servir a la Justicia la condujo luego a cumplir, de manera más plena, su vocación por el servicio público. En esa dimensión desplegó una intensa  experiencia profesional : ingresó primero a trabajar en el Ministerio de Fomento para después seguir poniendo su saber al servicio del país en otros ámbitos como aquel  del Ministerio de Industrias y Comercio y también el Sistema Nacional de Comunicación Social, situación que la hizo formar parte de la Comisión de Promoción Cinematográfica (COPROCI ) lo que le permitiría luego  dirigir  la Corporación Nacional de Exhibidores Cinematográficos CONAEXCI.

Dicho lo anterior no hay que creer, sin embargo, que su involucramiento con el cine se haya limitado a la tarea exclusiva de cumplir una tarea de promotora de la actividad cinematográfica, aunque ello ya sería suficiente para agradecérselo. Su vocación por el arte y su sed de vivir experiencias únicas ha estado siempre presente y activa, y por ello los ambientes del arte y, entre ellos, los escenarios cinematográficos tampoco le han sido ajenos. Tal preocupación la condujo asimismo a contribuir con los esfuerzos de los jóvenes cineastas peruanos, empeñados en lucha constante para sacar adelante, contra mil y una dificultades, cortometrajes y variadas incursiones en el mundo de los largometrajes.

Quienes la conocemos y queremos, sabemos bien que su vida se halla lejos de agotarse en estos muchos logros y servicios a nuestras artes y a través de ellas a su país. Para dirigirme a lo esencial quiero destacar su perfil humano, en el que encontramos a una persona generosa, independiente, solidaria y comprometida con su trabajo, una mujer sincera, valiente y portadora de un fino y constante sentido del humor.

Tras una carrera larga y fructífera se ha retirado oficialmente de la actividad profesional el pasado mes de abril. Ello tras dejar, como he señalado, su sello personal en el servicio público, en la promoción del cine nacional, en la organización de festivales y en múltiples tareas de importancia. Quienes hemos sido testigos – sólo por mencionar una muestra de su entrega- del infatigable y eficaz trabajo que ella asumía para conquistar y comprometer a directores, productores, actores y actrices para su participación en el Festival de Lima, eso al tiempo de persuadir y seducir a los distribuidores locales quienes, rendidos a su simpatía, le cedían el bien preciado: sus películas de estreno, sabemos bien que Ana María es simple y llanamente irreemplazable.

Anita ha dejado su escritorio, su gestión en el Centro Cultural, pero una persona con su calidez jamás se va. Su ingenio y afecto nos seguirán proporcionando buenos momentos. Ellos han sido, son y serán siempre un auténtico don por el que solo nos resta decirle: Anita, nuestra gratitud hacia ti es inconmensurable.

 

Salomón Lerner Febres

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